Creados para amar – Dr. Charles Stanley

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Creados para amar

El mensaje del Dr. Charles Stanley explora la razón fundamental de la existencia humana, declarando que fuimos Creados para Amar. La vida, según Stanley, tiene un propósito central que se alinea con el amor de Dios.

Dios permitió nuestro nacimiento con un doble objetivo: primero, para demostrarnos Su maravilloso amor; y segundo, para que pudiéramos amarlo en respuesta. El núcleo de la fe, por lo tanto, reside en el amor.

1. El Propósito y el Desafío del Amor Genuino

El plan original de Dios fue interrumpido cuando el pecado entró al mundo tras la caída en el Huerto del Edén. Este suceso arruinó instantáneamente nuestra capacidad de entender el amor de Dios, de recibirlo y de amarlo a Él.

El Señor Jesucristo vino precisamente para liberarnos del poder del pecado y restaurar nuestra habilidad para amar a Dios Todopoderoso con todo el corazón y para recibir Su amor incondicional.

La Ley Resumida: El Gran Mandamiento

Cristo dejó claro que todos fuimos creados para brindar amor. Cuando un intérprete de la ley preguntó sobre el camino a la vida eterna, Jesús respondió citando la esencia de la ley (Lucas 10:27):

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”.

2. Las Tres Formas del Amor Bíblico

Al considerar la naturaleza del amor en el Nuevo Testamento, el Dr. Stanley distingue entre las diferentes palabras utilizadas para describir esta emoción:

  1. Amor Ágape: Este es el amor sacrificial. Es el tipo de amor que Dios tiene por nosotros. Se utiliza unas 140 veces en el Nuevo Testamento.
  2. Amor Fileo (Phileo): Este representa el afecto, la aprobación, la amistad o el amor fraternal (de donde proviene “Filadelfia”).
  3. Amor Eros: Aunque se refiere al amor físico o la pasión, no es una palabra que se encuentre en el Nuevo Testamento.

El amor ágape es el enfoque principal, ya que siempre se pregunta: “¿Qué es lo mejor para la otra persona?”. Este amor busca edificar al otro, es compasivo, leal, fiel, verdadero y no guarda rencor ni lleva cuentas de las ofensas. El amor verdadero, como el de Dios, es perdonador.

3. El Fundamento: El Amor Incondicional de Dios

El amor de Dios se caracteriza por ser absoluto y sin condiciones. A Dios le es indiferente quién sea usted, lo que haya hecho, dónde estuvo o adónde va. Su amor por todos es incondicional, genuino y absoluto, no conoce límites y es del todo satisfactorio.

Esta verdad debe moldear la forma en que los creyentes se ven a sí mismos:

  • Dignidad Inherentemente Otorgada: Ante los ojos de Dios, usted es digno de ser amado. La prueba irrefutable de este valor es que Dios Padre envió a Su Hijo unigénito, Cristo, a la cruz a morir por nuestros pecados, pagando el precio más alto.
  • Amor Sacrificial: Este es el amor ágape: “es lo mejor que tengo y es lo que me dio”. Dios, al ver nuestra necesidad de redención, nos ofreció Su gracia y Su favor sin importar nuestro mérito.
  • Valoración Divina: Si la evaluación perfecta de Dios afirma que somos tan dignos y tan valiosos y que fuimos comprados por precio, el creyente no debe menospreciarse, subestimando la perspectiva de Dios.

4. El Mandato de Amar a Uno Mismo y al Prójimo

El mandamiento de amar al prójimo va precedido por la necesidad de amar a Dios y luego por la instrucción de amar al prójimo “como a ti mismo”. El Dr. Stanley subraya que la forma en que nos amamos determina cómo amamos a los demás.

Si un individuo no se ama a sí mismo saludablemente (lo cual no es arrogancia ni orgullo, sino un valor justo y espiritual), no tendrá la capacidad de derramar amor en otros. En cambio, si no nos amamos, tendemos a usar a las personas, no a amarlas. Es crucial tener un santo, elevado y piadoso respeto hacia nosotros mismos, pues somos criaturas y embajadores de Dios.

La Dificultad de Amar al Prójimo

De los tres amores (Dios, uno mismo y el prójimo), amar al prójimo puede ser el más difícil. Sabiendo esto, la noche antes de Su crucifixión, Cristo repitió el mandato a Sus discípulos cinco veces:

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34).

La razón de esta insistencia es que el amor mutuo es el distintivo de la identidad cristiana. Pablo afirmó en Gálatas 5:13 que debemos “Amaos unos a otros sirviéndoles”.

El Amor en Acción: El Buen Samaritano

El amor genuino no se trata de si la persona “encaja en mi molde”. Como ilustra la parábola del Buen Samaritano, el amor pregunta: “¿Qué es lo mejor para el otro? ¿Qué necesita esa persona que yo sea y haga por ella en este momento?”.

Cuando actuamos con amor, actuamos más semejantes a Dios.

5. El Secreto para Amar: El Fluido del Espíritu Santo

El Dr. Stanley insiste en que el amor verdadero no es un esfuerzo humano. Al recibir a Cristo como Salvador, el amor de Dios entra y mora en nuestra vida.

  • La Fuente Interna: La obra del Espíritu Santo es derramar Su asombroso amor a través de nosotros.
  • El Fruto Inagotable: El fruto del Espíritu Santo liberado en nosotros es, ante todo, Amor. El amor de Dios no conoce prejuicios.
  • La Libertad: El creyente debe permitir que el Espíritu de Dios lo libere de estar encerrado en sí mismo, de modo que el amor de Dios pueda brota sobre todas las personas que le rodean. Este amor genuino no busca aprobación ni recompensa; solamente entrega.

Si no se aprende a recibir a Cristo y a recibir Su amor, la persona “pasará por la vida sin entender el sentido de vivir”, y no podrá amar a otros ni recibir el amor con la urgencia que desearía, sintiéndose indigna y rechazando el afecto de terceros.

El amor que fluye del creyente es el “maravilloso, inagotable, incomparable, inconmensurable, indescriptible, amor incondicional de nuestro Padre celestial”.


Analogía Clave:

El amor genuino que debe fluir del creyente no es un suministro que debe extraerse con esfuerzo (la carne), sino una corriente constante y fluida del Espíritu Santo. Es como una llave abierta: al recibir a Cristo, la fuente se instala en el corazón. Nuestra tarea es simplemente no cerrarla al egoísmo o al resentimiento, sino dejar que brote incondicionalmente sobre los demás.

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