The Rest War | Enjoying Everyday Life
El creyente debe comprender que está inmerso en una batalla constante, una guerra que se siente en el alma. Una parte de nosotros desea hacer lo correcto, mientras que otra es egoísta y débil, y el enemigo utiliza estas debilidades para evitar que estemos totalmente comprometidos y sirviendo a Dios. Sin embargo, la clave para la victoria no se encuentra en la lucha constante y agotadora, sino en el “reposo” interno y el uso efectivo de la autoridad delegada por Jesús.
El Engaño del Enemigo y la Autoridad de la Palabra de Dios
El diablo es un mentiroso. Así como tentó a Jesús en el desierto con una mentira tras otra, atacando su identidad (“si en realidad eres el hijo de Dios”), Satanás intenta constantemente hacernos sentir sin poder, sin autoridad, y creer que Dios no nos ama.
La verdad de la Palabra de Dios es la mejor arma que poseemos contra el enemigo. Debemos aprender a responder a las mentiras del diablo citando fielmente la Escritura.
Respuestas Activas a las Mentiras del Diablo:
- Mentira: “Nunca tendrás nada.”
- Respuesta: “Todo lo que yo toco prospera y tiene éxito”.
- Mentira: “Nadie jamás te va a amar.”
- Respuesta: “Dios me ama, y Él hace que los demás me amen también”.
Debemos aprender a pelear, y una de las armas más grandes es nuestra boca, pero solo si salen las cosas correctas de ella.
La Naturaleza de la Autoridad Delegada
Es fundamental dejar de culpar a las personas cuando deberíamos estar lidiando con la verdadera fuente del problema: el diablo. Aunque el diablo obra a través de personas (como Satanás entró en Judas y Ananías y Safira), debemos enfocarnos en la autoridad que tenemos sobre él.
Jesús confrontó el espíritu detrás del problema, incluso cuando Pedro trató de disuadirlo de ir a Jerusalén, diciéndole: “Apártate de mí Satanás”.
Las buenas noticias se encuentran en Lucas 10:19, donde Jesús dice: “He aquí… les he dado poder y autoridad sobre todo el poder que le posee el enemigo y nada de ninguna forma les hará daño”.
El diablo tiene poder, pero no tiene autoridad. La única autoridad que el diablo posee es la que le damos, ya sea por nuestra falta de conocimiento o por nuestra pasividad al no actuar con el conocimiento que ya tenemos.
Cómo Ceder Autoridad al Enemigo
Abrimos la puerta para que el enemigo tenga autoridad en nuestra vida a través de acciones como dejar que el sol se ponga sobre el enojo. Cuando nos acostamos enojados, le damos entrada al diablo. El enojo puede llevarnos a hacer cosas tontas y tontas. Debemos ser lentos para la ira y saber cómo deshacernos de ella.
Jesús quitó la autoridad que Adán le había dado al diablo y nos entregó esa autoridad a nosotros. Pero la autoridad no sirve de nada si no la usamos.
El Reposo es Guerra: Permanecer en Paz Mientras se Trabaja
La guerra espiritual, según el ejemplo de Jesús, a menudo implica el reposo. Este reposo no es simplemente tomar una siesta o descansar del trabajo. El reposo al que se refiere el descanso sabático y el reposo de Dios, en el griego, significa reposar mientras se trabaja.
Jesús nunca estuvo apurado ni preocupado; Él hizo muchas cosas, pero todas manaron del reposo.
Cuando ya hemos hecho todo lo que podemos hacer, la instrucción es “pararse firme”. La palabra “pararse” se traduce también como habitar, permanecer y descansar en Dios.
Estrategias para el Reposo Interno:
- Pararse en la Fe: Habiendo hecho todo lo que exige la crisis (Efesios 6), debemos pararnos firmes en nuestro lugar. En lugar de quejarse o enojarse con otros, se debe declarar: “Dios, yo creo que tu palabra es verdadera, confío en ti y voy a pararme y verte obrar en mi vida”.
- Avivar la Fe: Timoteo tuvo que ser exhortado a avivar la llama de la fe. Todos nos cansamos, y cuando la emoción inicial de hacer algo se acaba, la fidelidad nos sostiene. Los hombres y mujeres genuinos de Dios siguen haciendo lo que Dios les ha asignado, no porque les emocione, sino por amor y fidelidad.
- La Gratitud como Arma: El agradecimiento es una forma de guerra. Cada vez que le damos gracias a Dios en lugar de quejarnos, le damos un golpe en el ojo al diablo. Si dejamos de quejarnos y comenzamos a ser agresivamente agradecidos constantemente, podemos cambiar nuestras vidas.
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